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DOS ASUNTOS DISTINTOS

Por: Tema(s): En: El Telégrafo 19 sep. 2000, p. A. 2Resumen: Tanto el representante del FMI, como la delegada del Banco Interamericano de Desarrollo, (BID), han insistido que Ecuador debe ir a una reforma tributaria para asegurarle al fisco ingresos predecibles y sustentables en el tiempo, que no lo hagan depender de factores tan inestables como las variaciones de precios del mercado internacional petrolero. Pero ambos son burócratas internacionales. Y temo que, por ósmosis, compartan la visión de la burocracia quiteña y de sus aliados plutócratas-centralistas, según la cual toda reforma fiscal debe traducirse en más impuestos, que invariablemente son destinados a castigar a la producción costeña. Y la cosa no es así. Es que son dos asuntos distintos la reforma fiscal y el incremento de tributos. En efecto: la primera, es necesaria para darle contenido al artículo 256 de la Constitución, según el cual "Las leyes tributarias estimularán la inversión, la reinversión, el ahorro y su empleo para el desarrollo nacional. Procurarán una justa distribución de las rentas y de la riqueza entre todos los habitantes del país". Y ahí no queda el asunto. La reforma tributaria debe ser coherente con el mandato del artículo 242, cuyo texto prescribe que "La organización y el funcionamiento de la economía responderán a los principios de eficiencia, solidaridad, sustentabilidad y calidad, a fin de asegurar a los habitantes una existencia digna e iguales derechos y oportunidades para acceder al trabajo, a los bienes y servicios; y a la propiedad de los medios de producción". Frente a esta realidad, resulta absurdo proponer a guisa de reforma tributaria que se aumenten los impuestos, porque con semejante medida se producirán efectos totalmente contrarios a los que prescribe la Carta Política.
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Tanto el representante del FMI, como la delegada del Banco Interamericano de Desarrollo, (BID), han insistido que Ecuador debe ir a una reforma tributaria para asegurarle al fisco ingresos predecibles y sustentables en el tiempo, que no lo hagan depender de factores tan inestables como las variaciones de precios del mercado internacional petrolero. Pero ambos son burócratas internacionales. Y temo que, por ósmosis, compartan la visión de la burocracia quiteña y de sus aliados plutócratas-centralistas, según la cual toda reforma fiscal debe traducirse en más impuestos, que invariablemente son destinados a castigar a la producción costeña. Y la cosa no es así. Es que son dos asuntos distintos la reforma fiscal y el incremento de tributos. En efecto: la primera, es necesaria para darle contenido al artículo 256 de la Constitución, según el cual "Las leyes tributarias estimularán la inversión, la reinversión, el ahorro y su empleo para el desarrollo nacional. Procurarán una justa distribución de las rentas y de la riqueza entre todos los habitantes del país". Y ahí no queda el asunto. La reforma tributaria debe ser coherente con el mandato del artículo 242, cuyo texto prescribe que "La organización y el funcionamiento de la economía responderán a los principios de eficiencia, solidaridad, sustentabilidad y calidad, a fin de asegurar a los habitantes una existencia digna e iguales derechos y oportunidades para acceder al trabajo, a los bienes y servicios; y a la propiedad de los medios de producción". Frente a esta realidad, resulta absurdo proponer a guisa de reforma tributaria que se aumenten los impuestos, porque con semejante medida se producirán efectos totalmente contrarios a los que prescribe la Carta Política.

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