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DE LA JAQUECA A LAS MIGRAÑAS

Por: Tema(s): En: El Comercio 31 oct. 2008, p. 11Resumen: No son más de 60 días cuando en todo el mundo el enemigo público número uno era la inflación. A los años había revivido uno de los más temibles adversarios del bienestar y de los pobres. La lucha había sido intensa y se había logrado doblegarle. Algunos la creían muerta, pero los precios de las materias primas, de los metales, la energía y los alimentos llegaron a su cúspide y pusieron en aprietos los cimientos de las estructuras económicas modernas. La discusión ahora estaba concentrada en el nivel al que llegarían los precios de estos productos, tan apetecidos por todos y que se los arranchaban todos los días. La demanda era incontenible. Los países productores, casi todos del tercer mundo -entre ellos nosotros- por fin veían que sus días de pobreza y limitaciones llegaban a su fin. Pero, en esos días se hablaba también de otro dolor de cabeza, aunque para fortuna del mundo no era de todos. Pertenecía a los gringos y se trataba de unos créditos concedidos muy generosamente, sin mayor evaluación de riesgo, sin garantías adecuadas y con unos intereses bajitos para que los pobres de ese país también cumplan con el sueño americano y tengan su casa propia (cualquier parecido es pura coincidencia). Era un problema que no pasaba de esas fronteras y que debían arreglarlos con sus propias fuerzas. Sesenta días después, la jaqueca es otra. Viene con migrañas y no se aprecia el efecto de los calmantes. Esos benditos créditos hipotecarios contagiaron a todos y pusieron los nervios de los ahorristas a punto de estallar. Las lecciones, aunque nos duela decirlas, están a la vista. La gula nunca es recomendable. Hay que comer lo necesario y bien balanceado. Ahorrar siempre es muy redituable. Ayuda cuando las fuerzas ya no alcanzan. Gobernar con razones, de forma democrática y los pies en la tierra es saludable. Lo duro va a ser construir o sostener sociedades donde la codicia, económica o política, no tenga incentivos perversos, desbordantes. Que el dinero o el poder cuenten, pero no sean un fin.
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No son más de 60 días cuando en todo el mundo el enemigo público número uno era la inflación. A los años había revivido uno de los más temibles adversarios del bienestar y de los pobres. La lucha había sido intensa y se había logrado doblegarle. Algunos la creían muerta, pero los precios de las materias primas, de los metales, la energía y los alimentos llegaron a su cúspide y pusieron en aprietos los cimientos de las estructuras económicas modernas. La discusión ahora estaba concentrada en el nivel al que llegarían los precios de estos productos, tan apetecidos por todos y que se los arranchaban todos los días. La demanda era incontenible. Los países productores, casi todos del tercer mundo -entre ellos nosotros- por fin veían que sus días de pobreza y limitaciones llegaban a su fin. Pero, en esos días se hablaba también de otro dolor de cabeza, aunque para fortuna del mundo no era de todos. Pertenecía a los gringos y se trataba de unos créditos concedidos muy generosamente, sin mayor evaluación de riesgo, sin garantías adecuadas y con unos intereses bajitos para que los pobres de ese país también cumplan con el sueño americano y tengan su casa propia (cualquier parecido es pura coincidencia). Era un problema que no pasaba de esas fronteras y que debían arreglarlos con sus propias fuerzas. Sesenta días después, la jaqueca es otra. Viene con migrañas y no se aprecia el efecto de los calmantes. Esos benditos créditos hipotecarios contagiaron a todos y pusieron los nervios de los ahorristas a punto de estallar. Las lecciones, aunque nos duela decirlas, están a la vista. La gula nunca es recomendable. Hay que comer lo necesario y bien balanceado. Ahorrar siempre es muy redituable. Ayuda cuando las fuerzas ya no alcanzan. Gobernar con razones, de forma democrática y los pies en la tierra es saludable. Lo duro va a ser construir o sostener sociedades donde la codicia, económica o política, no tenga incentivos perversos, desbordantes. Que el dinero o el poder cuenten, pero no sean un fin.

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