LA CULTURA DE LA SATISFACCION

Siguiendo a John K. Galbraith, se podría ensayar a título de hipótesis, que las élites de poder viven tan satisfechas de su prosperidad que no les interesa la suerte de quienes quieren salir de la pobreza, puesto que creen que su fortuna es la justa recompensa a su trabajo, y que la equidad no justifica ninguna intervención que menoscabe sus privilegios. Su miopía les impide mirar hacia el futuro, y apreciar las consecuencias funestas de su conducta sobre sí mismas, la naturaleza y la nación. De este modo, se habrían convertido en el factor esencial de resistencia al cambio y al progreso. Pero la verdad es que la pobreza es parte del proceso económico general y no sólo un asunto social. Un problema que sí tiene solución, que tiene que ver con la formación de capital, la calidad de los recursos humanos, el empleo, el tamaño del mercado y el dinamismo económico. Es posible crecer con equidad siempre que se siga un enfoque integrado, que incorpore el objetivo distributivo dentro de la misma política económica; que no separe lo social de lo económico, ya que estos son parte de una sola realidad. Por fin, se requiere de consensos entre el Estado, la sociedad civil y el sector privado, que se traduzcan en políticas de Estado. Y también, la ejecución de la reforma política que considere los temas de la reforma del Estado y el buen gobierno, entre otros: la ética como esencia de la política, la eficiencia en la acción pública, la transparencia en el uso de los fondos, la creación de instituciones capaces, la participación ciudadana, la resolución de conflictos sociales, la justicia independiente del poder político y económico, y autoridades que respondan por sus actos y sean reconocidas por la población.