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Dinero falso Simón Pachano

Por: Detalles de publicación: Guayaquil El Universo 2016Descripción: p. 8Tema(s): Recursos en línea: En: El Universo Año 95 No. 286 (27 jun. 2016)Resumen: Buscando una y mil veces, es imposible encontrar explicaciones medianamente sustentadas para el afán del Gobierno por el dinero electrónico. Ya son varias sabatinas en que este es uno de los pocos temas que compiten con la detallada enumeración del menú de los mayestáticos desayunos y almuerzos. Los funcionarios económicos, con el gerente del antiguo ente emisor a la cabeza, se han paseado por todos los medios ponderando las bondades de lo que, alguno de ellos en una traición del subconsciente, llegó a denominar moneda electrónica. En los últimos días, con una redacción que pide a gritos un breve paso por una escuela del milenio, una directora de Talento Humano (sí, no es chiste, así se llama) invita a los funcionarios de la Presidencia y sus alrededores a crear sus respectivas cuentas. No, no hay explicaciones adecuadas para dedicarle tanta energía a un aspecto que, en situaciones normales, tendría mínima importancia para el desempeño global de la economía. Es verdad que con este medio se pueden agilizar ciertas transacciones, pero su incidencia en el nivel macro –que debería ser la preocupación prioritaria del Gobierno– sería insignificante. También es cierto que, por razones obvias, en el comercio internacional prácticamente ya no existen otras modalidades de pago, pero solamente a un mediocre con un zapato en la cabeza (utilizando las sabias y delicadas palabras del líder) se le ocurriría equipararlo con las transacciones del día a día familiar. Por otra parte, el costo derivado del desgaste de los billetes parece una mala broma o una desmemoria total en un país que nunca imprimió su propia moneda. Finalmente, es un cinismo hablar de la seguridad que se tendría al convertir el celular en billetera cuando los vapores de la escopolamina flotan libremente por las calles.
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Buscando una y mil veces, es imposible encontrar explicaciones medianamente sustentadas para el afán del Gobierno por el dinero electrónico. Ya son varias sabatinas en que este es uno de los pocos temas que compiten con la detallada enumeración del menú de los mayestáticos desayunos y almuerzos. Los funcionarios económicos, con el gerente del antiguo ente emisor a la cabeza, se han paseado por todos los medios ponderando las bondades de lo que, alguno de ellos en una traición del subconsciente, llegó a denominar moneda electrónica. En los últimos días, con una redacción que pide a gritos un breve paso por una escuela del milenio, una directora de Talento Humano (sí, no es chiste, así se llama) invita a los funcionarios de la Presidencia y sus alrededores a crear sus respectivas cuentas. No, no hay explicaciones adecuadas para dedicarle tanta energía a un aspecto que, en situaciones normales, tendría mínima importancia para el desempeño global de la economía. Es verdad que con este medio se pueden agilizar ciertas transacciones, pero su incidencia en el nivel macro –que debería ser la preocupación prioritaria del Gobierno– sería insignificante. También es cierto que, por razones obvias, en el comercio internacional prácticamente ya no existen otras modalidades de pago, pero solamente a un mediocre con un zapato en la cabeza (utilizando las sabias y delicadas palabras del líder) se le ocurriría equipararlo con las transacciones del día a día familiar. Por otra parte, el costo derivado del desgaste de los billetes parece una mala broma o una desmemoria total en un país que nunca imprimió su propia moneda. Finalmente, es un cinismo hablar de la seguridad que se tendría al convertir el celular en billetera cuando los vapores de la escopolamina flotan libremente por las calles.

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