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El asalto organizado Fander Falconí

Por: Detalles de publicación: Guayaquil El Telégrafo 2015Descripción: p. 12Tema(s): Recursos en línea: En: El Telégrafo N° 47.666 (28 oct. 2015)Resumen: Regresemos de 20 a 25 años en el tiempo. Latinoamérica vivía la fiebre de las privatizaciones. ¿Cómo se justificaban los privatizadores? Decían que las empresas estatales pierden, son ineficientes y corruptas; que al privatizarlas habría competencia, eficiencia y bajas tarifas; que se atraerían inversores extranjeros, se crearían más empleos y mejor pagados; que parte del dinero recaudado aumentaría el presupuesto de educación y las jubilaciones, mientras otra parte reduciría la deuda externa; que las privatizaciones eran tendencia mundial. Los mismos argumentos vuelven en 2015. En nuestro país, tras la caída internacional de los precios del petróleo, la oligarquía y sus portavoces reclaman contra la ‘obesidad’ del Estado. Hace 50 años, cuando el petróleo y sus derivados eran monopolio británico y las telecomunicaciones eran monopolio estadounidense, nadie reclamaba por ese atropello. El boom petrolero de los 70 acabó con eso. Por ello, el debate del proyecto de ley para alianzas público-privadas no puede separarse de este contexto. Hoy, en 2015, la historia demuestra que las empresas estatales pueden ser eficientes y honestas, si se las maneja bien. Al privatizarlas no hay competencia, sino nuevos monopolios y las tarifas suben sin consideraciones a los usuarios. Los inversionistas extranjeros, incluso, muchas veces logran ganancias adicionales con demandas mediante arbitrajes internacionales. Las privatizaciones son tendencia mundial, porque las promueve el capitalismo supranacional.
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Regresemos de 20 a 25 años en el tiempo. Latinoamérica vivía la fiebre de las privatizaciones. ¿Cómo se justificaban los privatizadores? Decían que las empresas estatales pierden, son ineficientes y corruptas; que al privatizarlas habría competencia, eficiencia y bajas tarifas; que se atraerían inversores extranjeros, se crearían más empleos y mejor pagados; que parte del dinero recaudado aumentaría el presupuesto de educación y las jubilaciones, mientras otra parte reduciría la deuda externa; que las privatizaciones eran tendencia mundial. Los mismos argumentos vuelven en 2015. En nuestro país, tras la caída internacional de los precios del petróleo, la oligarquía y sus portavoces reclaman contra la ‘obesidad’ del Estado. Hace 50 años, cuando el petróleo y sus derivados eran monopolio británico y las telecomunicaciones eran monopolio estadounidense, nadie reclamaba por ese atropello. El boom petrolero de los 70 acabó con eso. Por ello, el debate del proyecto de ley para alianzas público-privadas no puede separarse de este contexto. Hoy, en 2015, la historia demuestra que las empresas estatales pueden ser eficientes y honestas, si se las maneja bien. Al privatizarlas no hay competencia, sino nuevos monopolios y las tarifas suben sin consideraciones a los usuarios. Los inversionistas extranjeros, incluso, muchas veces logran ganancias adicionales con demandas mediante arbitrajes internacionales. Las privatizaciones son tendencia mundial, porque las promueve el capitalismo supranacional.

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