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UNION ENVIDIABLE

Por: Tema(s): En: Hoy 25 mar. 2007, p. A. 5Resumen: El 25 de marzo de 1957, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos suscribieron el Tratado de Roma, primer paso concreto de quienes estaban "determinados a establecer los fundamentos de una unión estrecha y sin fisuras entre los países europeos". Los suscriptores eran seis países que, luego de numerosos conflictos, recientemente se habían desangrado en la más devastadora guerra que la humanidad había conocido hasta entonces. El Tratado de Roma no es más que una unión aduanera, conocida como "mercado común", tan notablemente exitoso que sus metas iniciales se alcanzaron en menor tiempo que el previsto. Luego se enfrentó la creación de diversas instituciones supranacionales y sectoriales en que los estados integrantes de la Unión -que de los seis originales hoy han aumentado a 27, con más de 500 millones de personas- fueran cediendo competencias económicas y administrativas e, incluso, políticas. Nadie podía imaginar entonces que, andando el tiempo, existirían órganos comunitarios con potestades sobre la Unión, como el Parlamento Europeo; que circularía una moneda común o que se discutiría una Constitución del continente o que los europeos podrían circular a través de la Unión sin llevar pasaporte. La UE, cuyos éxitos superan largamente las dificultades, mueve a sana envidia a quienes en el subdesarrollo casi crónico de nuestras naciones seguimos debatiendo estérilmente añejos temas que nos mantienen divididos, ahora incluso con cargas ideológicas, incapaces de responder al desafío apremiante del futuro inmediato: la hora de los continentes. Por fortuna, la reciente Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones, en Cochabamba, abre expectativas de esperanza en el proceso de integración regional.
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El 25 de marzo de 1957, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos suscribieron el Tratado de Roma, primer paso concreto de quienes estaban "determinados a establecer los fundamentos de una unión estrecha y sin fisuras entre los países europeos". Los suscriptores eran seis países que, luego de numerosos conflictos, recientemente se habían desangrado en la más devastadora guerra que la humanidad había conocido hasta entonces. El Tratado de Roma no es más que una unión aduanera, conocida como "mercado común", tan notablemente exitoso que sus metas iniciales se alcanzaron en menor tiempo que el previsto. Luego se enfrentó la creación de diversas instituciones supranacionales y sectoriales en que los estados integrantes de la Unión -que de los seis originales hoy han aumentado a 27, con más de 500 millones de personas- fueran cediendo competencias económicas y administrativas e, incluso, políticas. Nadie podía imaginar entonces que, andando el tiempo, existirían órganos comunitarios con potestades sobre la Unión, como el Parlamento Europeo; que circularía una moneda común o que se discutiría una Constitución del continente o que los europeos podrían circular a través de la Unión sin llevar pasaporte. La UE, cuyos éxitos superan largamente las dificultades, mueve a sana envidia a quienes en el subdesarrollo casi crónico de nuestras naciones seguimos debatiendo estérilmente añejos temas que nos mantienen divididos, ahora incluso con cargas ideológicas, incapaces de responder al desafío apremiante del futuro inmediato: la hora de los continentes. Por fortuna, la reciente Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones, en Cochabamba, abre expectativas de esperanza en el proceso de integración regional.

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