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¿MAS O MENOS EUROPA?

Por: Tema(s): En: Hoy 3 mar. 2010, p. 4Resumen: En marzo de 2000, los países de la Unión Europea (UE) firmaron la Declaración de Lisboa, en la que definieron su objetivo estratégico para la nueva década. En ese documento, se plasmaba el deseo de hacer de la UE la "economía más dinámica y competitiva del mundo, basada en el conocimiento y capaz de mantener un crecimiento económico sostenido que permitiera crear más y mejores trabajos y una creciente cohesión social". Lamentablemente, la realidad fue diferente. Los avances en conocimiento y competitividad no fueron los esperados, especialmente en algunos países miembros, a los que la crisis global ha sumido en una prolongada depresión económica, que siembra dudas sobre su permanencia futura en la llamada "zona euro". Frente a esta realidad, es inevitable la pregunta de si se requiere más o menos Europa; es decir, si la viabilidad de la UE pasa por mantener el club con los actuales socios, si dejar que los más débiles salgan o si continuar la tendencia de seguir incorporando países. La crisis de Grecia y las debilidades de España, sin olvidarnos de Irlanda y Portugal (los denominados PIGS, por sus siglas en inglés), han puesto en evidencia que los países menos productivos y, por tanto, menos competitivos, así como aquellos que no mantienen disciplina en el manejo de sus finanzas, tienen dificultades para prosperar en el lago plazo en un régimen monetario que no les permite devaluar la moneda. Lo que ocurre hoy en Europa debería llamar a la reflexión a quienes proponen el establecimiento de una moneda única en América del Sur. Dejando a un lado las disparidades de modelos políticos (por sí mismo, un problema insalvable), las diferencias en los niveles de productividad y de desarrollo en general hacen muy difícil la viabilidad de una unión monetaria regional. Más aún, cabe preguntarse si nuestros Gobiernos están dispuestos a aceptar la pérdida de soberanía económica que una unión monetaria implica; como, por ejemplo, que los déficits fiscales y la deuda pública se limiten y que los países se sometan a las directrices de un banco central supranacional que funcione con total independencia.
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Analítica de Seriada Analítica de Seriada BIBLIOTECA ECONÓMICA BCE - QUITO Hoy. 3 mar. 2010, p. 4 Disponible

En marzo de 2000, los países de la Unión Europea (UE) firmaron la Declaración de Lisboa, en la que definieron su objetivo estratégico para la nueva década. En ese documento, se plasmaba el deseo de hacer de la UE la "economía más dinámica y competitiva del mundo, basada en el conocimiento y capaz de mantener un crecimiento económico sostenido que permitiera crear más y mejores trabajos y una creciente cohesión social". Lamentablemente, la realidad fue diferente. Los avances en conocimiento y competitividad no fueron los esperados, especialmente en algunos países miembros, a los que la crisis global ha sumido en una prolongada depresión económica, que siembra dudas sobre su permanencia futura en la llamada "zona euro". Frente a esta realidad, es inevitable la pregunta de si se requiere más o menos Europa; es decir, si la viabilidad de la UE pasa por mantener el club con los actuales socios, si dejar que los más débiles salgan o si continuar la tendencia de seguir incorporando países. La crisis de Grecia y las debilidades de España, sin olvidarnos de Irlanda y Portugal (los denominados PIGS, por sus siglas en inglés), han puesto en evidencia que los países menos productivos y, por tanto, menos competitivos, así como aquellos que no mantienen disciplina en el manejo de sus finanzas, tienen dificultades para prosperar en el lago plazo en un régimen monetario que no les permite devaluar la moneda. Lo que ocurre hoy en Europa debería llamar a la reflexión a quienes proponen el establecimiento de una moneda única en América del Sur. Dejando a un lado las disparidades de modelos políticos (por sí mismo, un problema insalvable), las diferencias en los niveles de productividad y de desarrollo en general hacen muy difícil la viabilidad de una unión monetaria regional. Más aún, cabe preguntarse si nuestros Gobiernos están dispuestos a aceptar la pérdida de soberanía económica que una unión monetaria implica; como, por ejemplo, que los déficits fiscales y la deuda pública se limiten y que los países se sometan a las directrices de un banco central supranacional que funcione con total independencia.

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