REFLEXIONES INFLACIONARIAS

Varias voces se alzaron reclamando por el aumento de la inflación, con una serie de argumentos que van desde el fracaso de la dolarización, las altas tasas de interés que cobra el sistema financiero, hasta la costumbre nacional de especular. Hasta febrero se destacaban dos componentes que elevaban el índice anual: el rubro alojamiento, agua, electricidad, gas y otros combustibles, que registraba un incremento anual de ¡27,5 por ciento! y la educación, que crecía en 11,5 por ciento. Ningún otro ítem de gasto tenía incrementos mayores al 5 por ciento. Pero de pronto se descubre el error de bulto del INEC: se confundieron los índices de arriendos haciéndolos pasar por un mes los que correspondían a seis. De un solo tirón se acallaron los reclamos, pero vulnerando la credibilidad en la institucionalidad económica. Parece que la incertidumbre política que vivimos comienza a tomar forma en la economía de manera burda. Empero, uno puede percibir ciertas tendencias y problemas que estarían afectando los precios. En el caso de la educación, esto conduce a ver en detalle qué pasa con las tarifas que se cobran como pensiones. En este sentido, se podrían aventurar dos hipótesis. Si los servicios públicos tienden a perder calidad, podría darse un traspaso de los estudiantes al sistema privado que, con el tiempo y a través de flujos permanentes, implicarían un exceso de demanda sobre el stock de escuelas y colegios. El ajuste obvio vendría por el lado de los precios. Por otra parte, puede ser que los incrementos de pensiones o costos tanto en el sector privado como público provengan de las revisiones curriculares y la reestructuración administrativa. Debería existir un observatorio escolar que controle la brecha entre lo que se dice que se ofrece, lo que realmente se da y los precios que se cobran.