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Paul Wolfowitz, el terrible halcón republicano, regirá los destinos del Banco Mundial desde este 1 de junio y su gestión sólo puede tener dos caminos posibles: o da un giro de 180 grados para cambiar el rumbo de esta institución multilateral de crédito, y la convierte en una institución significativa para el desarrollo de los países, o sigue el camino trazado por sus antecesores y consolida la posición de un Banco Mundial esnobista, empecinado e ineficaz para combatir los peores problemas del subdesarrollo. Creámoslo o no, lo más probable es que pase lo segundo. El Banco Mundial se ha convertido en los últimos 15 años en un banco más, en donde se diseñan, venden y ejecutan proyectos en serie, en parte por comodidad y en parte para comprobar qué tipo de sociedades funcionan mejor que otras. Mantienen una vez más los ojos cerrados frente a los problemas específicos de los países con una maniática tendencia a dejar la creatividad de lado y optar por lo conocido, que generalmente es lo menos eficaz. No todo ha sido malo después de todo. Wolfensohn auspició la entrada de educadores, antropólogos y sociólogos a las filas del Banco Mundial para mermar -al menos en parte- la exclusiva influencia de los economistas en las áreas sociales. Ojalá que esta tendencia continúe, so pena de convertir al Banco en un organismo ya de por sí excluyente de otra versión de la realidad que no sea la económica.